La Tajadera (núm. 76-77), octubre de 2025
Si hay un elemento que identifica Fuentes Claras a lo lejos este es, sin duda alguna, el campanario de la Iglesia Parroquial. Desde hace siglos es su principal distintivo, fácilmente reconocible, pero más allá de su función como tal protagonizó varios hechos históricos que vale la pena recordar.
El campanario nació como torre militar de vigilancia, formando parte de la ciudadela construida en los siglos XII y XIII cuando Fuentes Claras era territorio fronterizo con Castilla. De esa época son los dos cuerpos inferiores, que aún conservan el alféizar de una buharda y ventanas semicirculares para la vigilancia o defensa ante ataques enemigos.
Cuando la ciudadela dejó de funcionar se construyó en su lugar la iglesia actual. La torre cambió de usos, se convirtió en campanario y a finales del siglo XVII su estructura fue ampliamente reformada. Para ello, llegaron desde Madrid dos maestros de obras: Diego del Campo y Juan Antonio Aparicio, cuya huella fue más profunda de lo que cabe pensar.
Diego del Campo le añadió en 1698 un cuerpo superior. Y se cuenta que, al montar los andamios en lo alto para ejecutar las obras, perdió el equilibrio. Viéndose muerto, invocó a la Virgen de los Navarros para que lo salvara; pudo asirse a un madero para recuperar el equilibrio y así salvó su vida. En agradecimiento, construyó gratis unos bancos para la Iglesia. El hecho fue considerado un milagro más de la Virgen de los Navarros y así lo ha conservado la tradición oral hasta hoy.
En cuanto a Juan Antonio Aparicio, en 1699 le incorporó su elemento más característico: el chapitel verde. Pero a diferencia del resto de campanarios de la zona, donde predomina la estética mudéjar, lo construyó según patrones propios del barroco castellano. Esto lo convirtió en un elemento atípico; pero también en el distintivo más reconocible de Fuentes Claras por su monumentalidad, fácilmente visible a primera vista y desde cualquier punto de la comarca.
Además, el campanario es protagonista de la conocida fábula del tío Perdigón. Según se cuenta, fue ermitaño de la Ermita de la Virgen de los Navarros y luego sacristán de la Iglesia, donde se encargaba del toque de campanas previo a cada oficio. Un día se descuidó, fue empujado por una de ellas y cayó al vacío. Entonces se le apareció la Virgen de los Navarros, que intercedió por él y propició que la gorrinera que llevaba se hinchase, a modo de paracaídas, lo que amortiguó su caída al caer sobre un montón de fiemo. Así salvó la vida, aunque le quedó una cojera de por vida.
Una coplilla lo recuerda así:
“La Virgen de los Navarros
está sentada en su silla
y tiene junto a su lado
a Perdigón y a María.”
Curiosamente, el 6 de enero de 1914 sucedió algo parecido cuando Pedro Manuel Torrijo del Val, de 14 años de edad, volteaba las campanas anunciando la Misa de Reyes, fue alcanzado por una de ellas y cayó al vacío. Pero tuvo la fortuna de caer por el lado que daba al techo del templo y así su caída fue menor. Sufrió lesiones graves, pero sobrevivió: en 1927 se casó con María Patrocinio Jordán Sanz, con quien tuvo un hijo y vivió en Fuentes Claras hasta su muerte en 1956. Sin duda, el suceso está asociado a la fábula del tío Perdigón y la tradición popular mezcló ambas historias, dando como resultado la fábula transmitida durante generaciones.
En 2002, mediante una grúa, el chapitel fue colocado a ras de suelo para restaurarlo y devolverle a sus tejas el color verde original. Hoy el campanario luce en toda su plenitud y sigue siendo referente de los fuentesclarinos, aquí y para los que vivimos en la distancia.