El Periódico de Aragón, 25 de septiembre de 2025
En el zaragozano barrio de Delicias se halla uno de los edificios más singulares de la ciudad: el Hospital San Jorge. Construido en 1920 en la calle Padre Manjón, fue diseñado por Miguel Ángel Navarro Pérez (Zaragoza, 1883-1956), uno de los grandes nombres de la arquitectura aragonesa, autor de la Casa Solans, la Casa Palao, el Grupo Escolar Joaquín Costa o el Puente de los Cantautores, entre otros. Como urbanista y arquitecto municipal fue responsable del Parque Grande, el barrio de Ciudad Jardín y en sus últimos años planificó las dos últimas torres del Pilar, finalizadas en 1961. Además, fue hijo de otro ilustre arquitecto: Félix Navarro Pérez (Zaragoza, 1849-Barcelona, 1911), autor de otro símbolo de la ciudad: el Mercado Central.
Por tanto, el hospital nació claramente vinculado a un referente de la arquitectura aragonesa. Y como muchas de sus obras está catalogado, con protección de tipo C, lo que afecta la fachada principal y cerrajería, aun sin otorgarle la calificación BIC (Bien de Interés Cultural).
El edificio fue diseñado como residencia familiar a las afueras de la ciudad en una zona entonces apenas urbanizada, conocida como la Explanada. Fue encargo del abogado y político Ricardo Monterde Vicén (Zaragoza, 1859-1938), periodista, concejal, diputado a Cortes y decano del Colegio de Abogados de Zaragoza. Por ello fue conocido como Casa Monterde y también dio nombre al vial actual que le da acceso y conecta el inmueble con la avenida Madrid.
La casa se concibió con carácter elegante y singular. De estética ecléctica, sus rasgos más definitorios son tres grandes arcos circulares tripartitos en la fachada, así como la decorativa forja de ventanas y balcones. Entonces era más reducida, con un solo cuerpo central y dos laterales, a modo de torreones, algo salientes en fachada y altura. Y la rodeaban amplios jardines y huertas, desaparecidos al trazarse los viales que urbanizarían los terrenos adyacentes.
Con los años creció a su alrededor el barrio de Delicias, de carácter popular, que contrastaba con la suntuosidad del chalet. Los propietarios lo vendieron en 1944 a la Delegación Nacional de Sindicatos, con la condición de destinarlo a fines sanitarios, y a finales de la década fue radicalmente transformado. Su planta horizontal fue alargada con otro cuerpo central, un tercer torreón y dos cuerpos laterales, más estrechos. También se le añadió un edificio interior, dando al conjunto forma de ele. Eso sí: el exterior permaneció fiel a la estética original.
Así nació el Sanatorio San Jorge de la Obra Sindical 18 de Julio (popularmente, el 18 de Julio), centro sanitario activo durante décadas, que al llegar la democracia fue transferido al Insalud y rebautizado como Hospital San Jorge. Desde 1982 funcionó como geriátrico y fue transferido al gobierno aragonés.
Con el paso del tiempo quedó obsoleto y fue clausurado en 2008, reubicando la plantilla y sus cincuenta internos en el Hospital de Nuestra Señora de Gracia. El entonces Departamento de Salud y Consumo del gobierno aragonés barajó otros usos: centro de salud, residencia, centro de día o ambulatorio. Pero permaneció cerrado, lo que supuso un duro golpe para el barrio, dada la actividad generada como centro sanitario gracias al trasiego de empleados, visitantes y familiares de los ingresados.
Más adelante fue transferido al Patrimonio Sindical Acumulado (PSA) y en 2011 fue cedido a la UGT, pero dos años después fue ocupado por la CNT, que lo reivindicaba como sede. Tras ser desalojados, el edificio fue tapiado y desde entonces permanece cerrado. El titular actual, el Ministerio de Trabajo y Economía Social, no apuesta por recuperarlo, pues está a la venta.
Desde entonces el futuro es incierto, mientras avanza su degradación. Y de no actuarse podría ser insalvable, lo que obligaría a su demolición. Sería una gran pérdida para Delicias, que perdería uno de sus edificios señeros, lugar clave durante años en un barrio carente de elementos significativos, denso y necesitado de equipamientos. Es urgente intervenir y rehabilitarlo, en lugar de derribarlo para construir uno de tantos bloques de estética tan impersonal como banal.
Sería deseable mayor sensibilidad y cordura en las instituciones para que el edificio no sea víctima de la piqueta; en caso contrario, pronto engrosará la lista de edificios singulares de Zaragoza perdidos por dejadez —muy larga, por desgracia— a pesar de su valor. El viejo Hospital San Jorge espera renacer un día; ahora mismo, cada día transcurrido es un paso más hacia su desaparición.