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450. La Plaça del Mercat y el monumento a Maura

Diario de Mallorca, 8 de diciembre de 2024

La desangelada explanada en la que se celebraba el mercado semanal se transformó a partir del siglo XX con intervenciones que la embellecieron —aunque no siempre— hasta darle su aspecto actual. Ahora afronta una nueva reforma

El 13 de diciembre de 1925 fallecía el político, abogado y escritor Antoni Maura i Montaner, único mallorquín que ha ostentado la jefatura del gobierno del Estado y hasta en cinco ocasiones, entre 1903 y 1922. Hito difícilmente superable, aun sabiendo que en su época los mandatos eran más cortos que los actuales (en su caso, el más largo de dos años y medio; el resto, apenas llegaron al año). El año entrante se cumplirán cien años de su muerte, y es de esperar que su figura esté más de actualidad que nunca.

Su transcendencia histórica, valoraciones políticas aparte, es indiscutible. Numerosos elementos de la isla recuerdan su figura, desde vías urbanas a centros de enseñanza, entre otros. Uno de los más conocidos es el monumento que preside la Plaça del Mercat de Palma, inaugurado el 13 de septiembre de 1929 y del que pronto se cumplirán 95 años de su construcción. Pero ¿por qué este fue el lugar elegido?

Durante siglos la Plaça del Mercat había sido una simple explanada donde se celebraba el mercado semanal (de ahí su nombre), un patio trasero de la ciudad carente de valor o atractivo alguno. Una vez trasladado el mercado hubo tentativas de ordenación (la primera se remonta a 1893); pero siguió siendo un simple lugar de paso, inhóspito y polvoriento, para actos itinerantes y otras instalaciones efímeras. No fue hasta principios del siglo XX que el espacio empezó a cobrar forma a través una serie de reformas y avatares que le han conferido su aspecto actual.

Primera intervención
La primera urbanización se remonta a 1903 y estuvo a cargo del arquitecto municipal Gaspar Bennazar, en uno de sus primeros trabajos como tal (accedió al puesto en 1901). La intervención fue muy sencilla: consistió en delimitar la plaza, colocar un piso de hormigón con capa de cemento, añadir aceras y cubrir el piso con arena fina, manteniendo el arbolado existente. Se preveía colocar un kiosco y una fuente, que llegarían más tarde.

Fue una reforma muy básica; pero bastó para cambiar la visión del lugar, que empezaba a entreverse como atractivo e interesante de acuerdo con su estratégica posición en pleno centro de la ciudad. A principios de ese año había sido inaugurado el Grand Hotel (hoy CaixaFòrum) en la vecina Plaça de Weyler, obra de Lluís Domènech i Montaner, lo que contribuyó decisivamente a ennoblecer la zona y contemplarla como un espacio prometedor y de futuro, incluso de privilegio.

En años siguientes se añadieron nuevos elementos, aunque no todos embellecedores. En 1904 se colocó un urinario público y al año siguiente un transformador eléctrico, necesario para extender la electrificación en la ciudad. El espacio todavía seguiría acogiendo elementos efímeros y poco estéticos, como un pabellón cinematográfico entre 1905 y 1906. Además, en 1907 se sustituyó el arbolado por los actuales plátanos, aún existentes, alineados con la calle Unió.

Segunda intervención
Mucho más importante fue la segunda reforma, ejecutada entre 1911 y 1912 durante el mandato del alcalde Lluís Alemany y culminada por su sucesor, Antoni Pou. Consistió en reurbanizar todo el espacio, ajardinarlo y colocar mobiliario urbano. Fue dirigida por el arquitecto municipal Jaime Aleñar, aunque no sabemos si fue el autor del diseño, conjuntamente con Gaspar Bennazar, o únicamente de éste. Aleñar fue arquitecto municipal auxiliar desde 1910, así que esta fue una de sus primeras intervenciones de calado en el urbanismo de Palma.

Con la reforma se instalaron parterres y senderos, bancos y pasos de viandantes. A principios de 1912 se plantó la nueva vegetación, respetando los árboles ya existentes y consistente en variadas especies: abeto, ficus, mimosa, palmera, pino y tuya (árboles); boj, bonetero, buganvilia, inca, pectinata (¿cica?) y rosal (arbustos y flores). Incluso un alcalde accidental (Felip Fuster, conde de Olocau) donó dos encinas para su reforma. Parte del arbolado ha sobrevivido hasta hoy y es probable que el monumental ficus que preside el entorno fuera plantado entonces. Las obras terminaron hacia septiembre y fueron muy bien acogidas, pues la explanada se había convertido en un agradable zona verde, apta para pasear y descansar, embellecida por el mobiliario urbano (bancos, fuente, etc.) y frondosa vegetación.

En los años 20 la Plaça del Mercat ya era vista como uno de los principales pulmones de la ciudad, junto al Born y la Plaça de la Reina, en contraste con el carácter polvoriento y desangelado de la mayoría de vías urbanas. Eso sí, algunas voces se quejaban del transformador y especialmente del urinario, una constante por el hedor que solía desprender. En 1924 se empedraron las calles y solo faltaba algo para culminar el embellecimiento de la nueva plaza: un monumento.

Suscripción popular
Después del fallecimiento de Maura surgió la idea de erigir un monumento en su memoria en Palma, se abrió una suscripción popular y fue creada una Comisión Municipal encargada de llevar el proceso. Una de las primeras decisiones fue escoger al autor: Mariano Benlliure (1862-1947), uno de los grandes escultores de su tiempo y a la postre amigo personal de Maura. En noviembre de 1926 Benlliure visitó Palma, se entrevistó con la Comisión y examinaron diversos lugares para emplazarlo. La Plaça del Mercat fue el lugar escogido: se ubicaría en el centro del espacio, procurando minimizar los daños en sus jardines: solo se taló un árbol (aunque corpulento) y no afectaría el resto de la vegetación.

La elección no estuvo exenta de polémica. Se temía que perjudicase la vegetación de la plaza, tal y como sucedió al urbanizarse otros lugares (Ses Quatre Campanes o la Rambla). Se alzaron voces como la de Llorenç Villalonga, quien vio el monumento poco adecuado “entre un urinario y un transformador eléctrico”; pero el proceso siguió adelante. En mayo de 1927 Benlliure planteó los materiales a utilizar (mármol y bronce), el importe total (cien mil pesetas de la época) y un año de plazo, lo que fue aceptado por la Comisión. Por su parte, la Comisión gestionó la adquisición del mármol, intentó reubicar el transformador eléctrico (aunque no se lograría hasta después de la inauguración) y envió una copia del escudo de Mallorca para que figurase en el reverso del monumento, como así fue.

Las obras empezaron a mediados de 1929. En agosto estaba lista la base, en mármol de Santanyí, y los jardines fueron adaptados a su nuevo “centro”. El 21 de noviembre llegó desde Valencia el resto del monumento y al día siguiente Benlliure, bajo cuya dirección fue montado. La inauguración tuvo lugar el 13 de diciembre en un acto presidido por el entonces alcalde, Joan Aguiló i Valentí, en vísperas de la celebración de los 700 años de la Conquesta. Poco después, aunque fuera tarde, fue reubicado el transformador eléctrico que tanto afeaba la visibilidad del monumento.

El entorno
El monumento a Maura fue el punto culminante de la progresión urbanística de la Plaça, sin olvidar que esta vino acompañada de edificios y locales que también contribuyeron a su auge. Hasta inicios del siglo XX solo acogió dos edificios relevantes: la Iglesia de Sant Nicolau (con la popular Pedra de la Beata) y el casal de Can Berga (actual Audiencia Provincial). Aunque ambos nacieron de espaldas a la Plaça, pues surgieron cuando su espacio lo ocupaba el antiguo cauce de la Riera, entonces carente de valor urbano.

Con la mejora de la plaza dejó de ser un espacio residual para ser un centro urbano de referencia. Entre 1908 y 1911 se levantaron los inmuebles de Can Casasayas; uno alojó los almacenes Bon Marché (1910), que emulaban los existentes en París, luego sucedidos por el Bar América desde 1925; y el otro la Pensión Menorquina, ubicada desde 1931. También la pastelería Forn Fondo, abierta en 1911 y aún existente en la esquina de la calle Unió. Por otro lado El Hogar del Porvenir, cooperativa dedicada a la construcción de viviendas, desde 1923. Así como el edificio de Can Ques (1932), donde estuvo el popular cine Actualidades entre 1940 y 1970. Todos ellos, ejemplos de la pujanza de la Plaça del Mercat como entorno social concurrido, vital y diverso, tan selecto como popular.

Después de la inauguración del monumento aún llegaron elementos a la plaza que hoy son indispensables. Así, en 1931 llegaba el kiosco de prensa y en 1935 el Automatic Bar, kiosco de refrescos que luego adoptó su nombre actual: Bar Alaska. A mediados de los años 50 desapareció el transformador eléctrico y poco después el urinario público; pero el espacio aún no mostraba su aspecto actual.

Tercera intervención… hasta hoy
La plaza vivió la última reforma en profundidad en 1962, con Joan Massanet Moragues como alcalde. Se eliminaron los jardines, que fueron sustituidos por el empedrado y las jardineras que actualmente protegen los árboles, únicos supervivientes del jardín primitivo. Todo motivado por la dejadez y el vandalismo en el lugar, pero también por el violento huracán que asoló Mallorca el 14 de febrero de ese año y que arrasó casi toda la vegetación de la plaza.

Finalmente, el pasado año Cort anunció una nueva reforma integral de la plaza. Aparte de renovarla, se barajaron actuaciones como desplazar el monumento, quitar el ficus que (teóricamente) lo desestabiliza o eliminar el Bar Alaska. Todo ello fue descartado, gracias a la movilización popular y la intervención de entidades como ARCA Patrimoni. Por tanto, la que será última reforma hasta la fecha está por definir.

En resumen, el monumento a Maura culminó el proceso que convirtió la Plaça del Mercat en el punto emblemático de la ciudad que es actualmente: de ahí la elección para erigir el homenaje al estadista mallorquín. Hoy, 95 años después, el monumento es el centro inamovible de un conjunto urbano de gran valor patrimonial a todos los niveles, a cuyo alrededor conviven referencias tan diversas como imprescindibles. Desde Sa Pedra de la Beata a Can Berga; desde el Forn Fondo al Alaska. Así como su arbolado centenario y, cómo no, el monumental ficus que la preside.