Ir al contenido principal

397. Rafael Ibáñez, historia olvidada de Fuentes Claras

Diario de Teruel, 12 de enero de 2024

La historia de Aragón está llena de personalidades que fueron olvidadas o que directamente se pretendió borrarlas del mapa, pese a haber tenido relevancia considerable en su tiempo. En unos casos su rastro es casi irrecuperable; en otros, sin embargo, aún cabe la esperanza de recuperar su lugar. Es el caso de Rafael Ibáñez de Ibáñez (1796-1839), relevante figura de la Primera Guerra Carlista que por una desgraciada combinación de factores fue represaliado, ejecutado y relegado al olvido total por propios y extraños.

Rafael Ibáñez de Ibáñez nació en Fuentes Claras el 24 de octubre de 1796 en el seno de la familia nobiliaria de los Marqueses de la Cañada. Con doce años ingresó en el Real Seminario de Nobles de Madrid, destacado centro educativo para nobles destinados a ingresar en cargos de la administración, del ejército o incluso de la Corte. En su caso siguió la carrera militar en los Reales ejércitos, regresando a su tierra: en 1829 era segundo comandante del batallón de Calamocha y en 1832 primer comandante del batallón de Daroca. Su carrera como oficial parecía estable, segura y según lo esperado para alguien de su condición.

Sin embargo, en 1833 todo se torció. Muere Fernando VII y estalla la guerra entre los partidarios de su hija Isabel y su hermano, Carlos María Isidro: era la Primera Guerra Carlista, que se prolongaría hasta 1840. Ibáñez tomó partido por el hermano del fenecido rey y, dada su formación militar y conocimiento del terreno, se significó como uno de los primeros cabecillas del bando carlista en la región. A grandes rasgos, en terreno turolense el pretendiente Carlos obtuvo más apoyos en los enclaves rurales (especialmente el Bajo Aragón, pero también en zonas del Jiloca, tierra natal de Ibáñez), mientras en núcleos mayores predominaron los partidarios de la recién proclamada reina, Isabel II.

De este modo Ibáñez fue figura activa en la guerra y, según las fuentes, llegó a ostentar el grado de Teniente Coronel o incluso de General, participando y dirigiendo sucesivas acciones en el conflicto. Dada su ubicación geográfica, Ibáñez estuvo a las órdenes del jefe supremo militar en la zona, el general Ramón Cabrera. No solo eso: también fue miembro de la Junta Superior Gubernativa de Aragón, Valencia y Murcia, con sede en Mirambel, ente creado en 1837 por el pretendiente Carlos a modo de ente político y administrativo, llegando a publicar su propio Boletín Oficial.

Después de seis inacabables años de lucha, el 31 de agosto de 1839 se produjo un hecho crucial: el Abrazo de Vergara, entre los generales Espartero (liberal) y Maroto (carlista), en el que deponían las armas las fuerzas carlistas del País Vasco y Navarra. Sin embargo, los ejércitos de Valencia, Cataluña y Aragón decidieron proseguir. Así lo confirmó su Junta Superior Gubernativa al publicar un manifiesto que proclamaba la intención de resistir, redactado y firmado el 14 de septiembre de 1839 en Mirambel por los ocho miembros de la Junta, entre los que se encontraba Rafael Ibáñez. La guerra proseguiría, aunque estaba perdida: después de Vergara muchos mandos carlistas depusieron las armas y algunos, como el general Juan Cabañero, siguieron luchando; pero en el bando isabelino.

Por otro lado, el general Cabrera, ya como único jefe militar del carlismo, convocó a su estado militar en Cantavieja. Cabrera, ya muy radicalizado en sus posiciones, era partidario de seguir hasta el final; sin embargo, sometió a votación la estrategia a seguir. Sobre la mesa hubo tres opciones: proseguir la lucha, pactar con los isabelinos o rendirse. Rafael Ibáñez votó por la rendición, lo que a ojos de Cabrera supuso traición; además, afloraron supuestas pruebas de espionaje de Ibáñez para el enemigo y de haber mantenido contactos con Cabañero, uno de los mandos que había cambiado de bando a raíz del Abrazo de Vergara. Fuesen proporcionadas o no las acusaciones, la situación era crítica y Cabrera fue fulminante: ordenó la ejecución de Ibáñez junto a otros seis mandos, todos ellos acusados de espionaje y traición.

Dado el nivel de crueldad que el conflicto había alcanzado después de años de guerra, la ejecución de Ibáñez fue particularmente atroz. En lugar de recurrir al fusilamiento, ataron sus cuatro extremidades a otros tantos caballos que arrancaron al galope en direcciones opuestas, provocando su descuartizamiento. Ello sucedió hacia octubre de 1839 y no sabemos si, al menos, Ibáñez recibió cristiana sepultura en algún lugar.

No contentos con ello, las represalias se hicieron extensibles a su familia. Una partida llegó hasta Fuentes Claras para asaltar y saquear la casa de la familia Ibáñez (la Casa Grande, enfrente de la Iglesia Parroquial), llevándose todo cuanto fuese de valor. Es muy probable que entonces el escudo nobiliario que preside el portal fuese picado, para rematar la humillación; casi dos siglos después, así sigue. Y luego, el olvido.

Pese a ser un destacado cabecilla en la Primera Guerra Carlista en Aragón, la figura de Rafael Ibáñez sigue siendo una incógnita dada la doble adversidad sufrida: por un lado, perteneciente al bando perdedor; por el otro, represaliado por los suyos. Así su figura desapareció de la historia, aunque sabemos que sus descendientes tuvieron en la Casa Grande unas pinturas que recordaban a Ibáñez y su trágico final; pero la partición de la propiedad a principios del siglo XX provocó su dispersión, se encuentran en paradero desconocido y hasta es posible que hayan desaparecido.

Solo la memoria oral de Fuentes Claras ha permitido que Rafael Ibáñez haya sobrevivido. Ello, combinado con algunas referencias en fuentes escritas de su tiempo, permite intuir una interesante trayectoria del que fuera un relevante personaje de la Comarca del Jiloca aún pendiente de trabajar y descubrir.