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280. Las olimpiadas como excusa. Eisler y Strauss, enfrentados a través del olimpismo

Diario de Mallorca, 16 de septiembre de 2021

Suplemento cultural Bellver, núm. 1070

En los años 30 los emergentes fascismos y totalitarismos concebían el deporte como una herramienta de control social, militarización y adoctrinamiento

Recientemente se presentó el libro Els mallorquins a l’olimpíada que no fou. Expedició a l’Olimpiada Popular de Barcelona, 1936., exhaustivo trabajo de Pau Tomàs Ramis (Llucmajor, 1975), Premio Mallorca de creación literaria, categoría de ensayo, del Consell de Mallorca (2020). Dicho trabajo histórico redescubre un hecho escasamente conocido: la travesía marítima desde Mallorca a Barcelona de más de 600 mallorquines para participar en la denominada Olimpiada Popular de Barcelona.

Dicho evento tenía que celebrarse del 19 al 26 de julio de 1936 en el Estadi Olímpic de Montjuïc de la ciudad, pero tuvo que suspenderse debido a la sublevación militar acaecida unas horas antes de su comienzo que desembocaría en una Guerra Civil. El trabajo de Pau Tomàs relata la odisea vivida por los embarcados para participar en un evento cultural-deportivo de una semana y que fueron sorprendidos por el golpe de estado durante el viaje, sus tribulaciones y experiencias personales después del alzamiento y durante la guerra. Muchos no pudieron volver a Mallorca hasta el final de la contienda; otros nunca volvieron: tuvieron que exiliarse, murieron en combate o en campos de concentración.

El libro también proporciona una visión en conjunto de lo que fue aquel la Olimpiada Popular de Barcelona, un evento aún poco conocido (sigue siendo de referencia el trabajo de Xavier Pujadas y Carles Santacana, publicado en 1990), que surgió como alternativa a los Juegos Olímpicos de la era moderna. A primera vista, dicho evento es interpretable como contestación a los Juegos que iban a celebrarse poco después en Berlín, del 1 al 16 de agosto de 1936, debido a su burda utilización como arma propagandística del emergente totalitarismo de la Alemania nazi. Y así es: había una voluntad de plantear una respuesta y oposición activa; pero la Olimpiada Popular no fue algo aislado ni el primer evento de estas características, sino consecuencia de un proceso con raíces más profundas. El fenómeno deportivo no puede estudiarse aisladamente: era (y es) reflejo de su tiempo y sociedad, que a través de la celebración de grandes eventos multideportivos muestra diferentes maneras de entender la vida y la sociedad. Aquí tenemos un caso paradigmático.

El COI (Comité Olímpico Internacional), funcionaba desde 1894 y llevaba diez juegos olímpicos a sus espaldas. Sin embargo, en sus primeros años prevalecía un carácter elitista y burgués en su funcionamiento: algo propio de sus fundadores, los únicos que entonces podían permitirse su práctica y gestión. Sin embargo, desde los años 20 surgieron eventos multideportivos alternativos, con el propósito de organizar y dar acceso a la práctica deportiva a aquellos sectores sociales mas desfavorecidos, entonces excluidos por falta de medios, además de organizarlo desde pautas alternativas a las establecidas. La mayoría se vertebraron a través de dos organismos: la ISOS (Internacional Deportiva Obrera Socialista, 1920), de carácter socialista, y la IRS (Internacional Roja Deportiva, 1921), de carácter comunista.

Dichos eventos concebían el deporte como parte de eventos multidisciplinares en que tenían cabida folklore, arte y cultura; así, en dichos eventos es fácil encontrar tantos o más miembros de entidades culturales y folclóricas que deportistas. Así, como alternativa a los Juegos Olímpicos del COI celebrados en París (1924), Amsterdam (1928) y Los Angeles (1932), se celebraron las denominadas Olimpiadas Obreras de Frankfurt (1925) y Viena (1931), organizadas por la ISOS, y las Espartaquiadas de Moscú (1928) y Berlín (1931), a cargo de la IRS, además de eventos similares en Praga (1921, 1927 y 1934) de proyección internacional. Mientras el COI hacía bandera del honor, la competitividad entre naciones y la gloria del individuo, estas organizaciones priorizaban la salud, la mejora de las condiciones de vida, el amateurismo y el hermanamiento entre deportistas por encima de clases, naciones y resultados.

En los años 30 la situación geopolítica mundial añadió un factor más: los emergentes fascismos y totalitarismos que concebían el deporte como una herramienta de control social, militarización y adoctrinamiento a la que el COI, por su parte, no pudo o no supo sustraerse. Era más que evidente la ideologización de la práctica deportiva en Europa como instrumento para el control y manipulación de masas a través de banderas, bandos e ideologías. Todo ello se plasmó en el Mundial de Fútbol de Italia (1934), a través del fascismo, y especialmente en los Juegos Olímpicos de Berlín (1936), por el nazismo.

Ante tal deriva, en 1934 la ISOS y la IRS habían sumado fuerzas y unieron sus eventos multideportivos en uno: la Olimpiada Popular. La primera edición conjunta se celebró en Amberes en 1937… pero un año antes surgió un evento de nombre similar: la Olimpiada Popular de Barcelona, surgida como réplica directa a la deriva totalitaria de los Juegos de Berlín. Con un mes de diferencia iban a enfrentarse dos maneras opuestas de entender la vida y el deporte. El golpe de estado que dio inicio a la Guerra Civil Española frustró su celebración y la aventura que iban a vivir los mallorquines participantes se convirtió en una pesadilla que duró años, incluso décadas. Algunos murieron en el frente, otros fueron represaliados y otros no volvieron jamás.

Con la Segunda Guerra Mundial desaparecieron las olimpiadas obreras y populares. Una última edición, prevista en 1943 en Helsinki, no llegó a tener lugar por culpa de la guerra. Luego, la incorporación de la URSS a los Juegos Olímpicos de Helsinki (1952) certificó la unificación de los grandes eventos multideportivos en torno del movimiento olímpico del COI. Solo sobrevivieron las espartaquiadas, organizadas en varios países de Europa del Este a nivel interno, hasta la caída del Muro de Berlín.

Una perspectiva musical

La oposición entre las olimpiadas de Berlín y Barcelona en 1936 se plasma en su acto de referencia: la ceremonia de apertura y sus respectivos himnos oficiales. Curiosamente fueron compuestos por dos autores alemanes: Richard Strauss (1864-1949) y Hanns Eisler (1898-1962), que aparte de compartir oficio y nacionalidad poco o nada tienen en común. Strauss se debía a su arte, genial, único e intransferible, mientras Eisler ponía su arte al servicio de unos ideales colectivos. El primero era hijo del Romanticismo, anclado en un lenguaje tradicional y se expresaba a través de los géneros tradicionales (ópera, lied, concierto…), mientras el segundo, hijo del siglo XX, se abría abiertamente a nuevos lenguajes y géneros contemporáneos (cine, televisión, cabaret…). En fin, en 1936 Strauss era considerado una gloria nacional en su país, con un prestigio que le confería cierta libertad e inmunidad creativos, mientras Eisler huyó por sus ideas políticas y su origen judío, perseguido por los nazis.

Para el himno de Berlín, después de un multitudinario proceso de concurso, Strauss un texto del actor Robert Lubahn (1903-1974), un poema de tres estrofas que empezaba así: “¡Gente! ¡Sed huéspedes del pueblo, pasad por la puerta abierta! ¡Paz sea a la fiesta de las naciones! El honor debería ser el lema”. Strauss compuso la obra a finales de 1934 y el estreno tuvo lugar el 1 de agosto de 1936, durante la ceremonia de inauguración de los Juegos en el Estadio Olímpico de Berlín, interpretado por la Orquesta Filarmónica de Berlín aumentada por la Orquesta Sinfónica Nacionalsocialista y un coro de mil voces blancas. Se ejecutó después de unas palabras de apertura del canciller alemán, Adolf Hitler, un saludo de artillería y la liberación de miles de palomas blancas. El propio Richard Strauss dirigió el estreno.

Paradójicamente, Strauss era escéptico con el fenómeno olímpico y despreciaba los deportes en general, al considerar su práctica como “ociosa y raíz de todo mal” y la pieza “un himno para la plebe”, así que se tomó la obra como un encargo de prestigio, dada la proyección mundial del evento. A decir verdad, la obra difiere mucho del estilo trazado en su trayectoria y no pasa de ser una medianía por encargo, muy lejos del excelso nivel alcanzado en sus poemas sinfónicos, óperas, lieder y obras concertantes.

En cuanto al himno de Barcelona, sabemos que Hanns Eisler llegó a España en abril de 1936. Compuso la obra para voz y piano a partir de un poema del escritor catalán Josep Maria de Sagarra (1894-1961), luego arreglada para orquesta por el también catalán Enric Morera (1865-1942). Se preveía ejecutar la obra el 19 de julio en el Estadi Olímpic de Barcelona, durante la ceremonia inaugural, a cargo de la Orquesta Pau Casals y las voces del Orfeó Català, dirigidos por el mismo Casals. Su texto, en seis estrofas, empezaba así: “No és per odi, no és per guerra / que venim a lluitar a cada terra. / Sota el cel blau / l’únic mot que ens escau / és un crit d’alegria i de pau.” También se preveía la ejecución de la Novena Sinfonía de Beethoven, entre otras obras.

El alzamiento militar del 18 de julio, horas antes del evento, canceló el estreno. Sin embargo, la obra no quedó en el olvido: en 1937 fue reutilizada como Marcha del Quinto Regimiento en el bando republicano y fue una de las canciones de guerra más populares durante la Guerra Civil. También apareció en el final de la película Hangmen Also Die! (Fritz Lang, 1943) uno de los trabajos de Eisler para el cine, así como en su cantata Mitte des Jahrhunderts (1950).

En febrero de 1936 el COI declaró la obra de Richard Strauss himno oficial de los Juegos, siendo la segunda en lograr tal honor después del compuesto por Walter Bradley Keeler (1856-1942) para los juegos de Los Ángeles de 1932 —el primer Himno Olímpico, compuesto por Spyros Samaras para los Juegos de Atenas 1896, no fue recuperado hasta 1958—. Mientras tanto, la pieza de Eisler cayó en el olvido.

Sin embargo, el idilio de ambos compositores con el movimiento olímpico finaliza con cierta justicia poética. El himno de Strauss obtuvo inicialmente fama y reconocimiento, pero luego cayó en el olvido (la asociación con el ideario nazi fue inevitable) y hoy apenas se ejecuta más que como una rareza, incomparable con el resto de la obra del compositor. Mientras tanto, Eisler compuso en 1949 Auferstanden aus Ruinen, himno nacional de la extinta DDR (República Democrática Alemana), y sonó en numerosos juegos cada vez que sus atletas subían a lo más alto del podio. Aún hoy, a pesar de no estar vigente desde la reunificación alemana en 1990, es uno de los himnos más emotivos y recordados del mundo olímpico.

Podemos decir que Eisler venció en un ámbito que a Strauss siempre le fue extraño y en el que, en el fondo, nunca creyó realmente. Mundos diferentes para talentos opuestos, dos maneras diferentes de concebir el arte, la sociedad y, en suma, el deporte. Tan solo nos falta tener al alcance una versión original del Himno de la Olimpiada Popular de Barcelona para que el triunfo de Eisler sea completo.