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273. La visita de Claudio S. Grafulla, un menorquín de Nueva York

Diario Menorca, 14 de junio de 2021

Ahora hace poco más de siglo y medio. El 10 de junio de 1870, el diario La Crónica de Menorca daba cuenta de los pasajeros llegados el día anterior en el vapor-correo Mahonés desde Alcúdia. Entre ellos se encontraba quien volvía a pisar suelo menorquín después de una ausencia de más de treinta años. Al día siguiente El Menorquín también hablaba del recién llegado, en términos de quien “ocupa una posición envidiable en los Estados Unidos”.

Unas semanas antes, el 15 de mayo, el New York Herald también se hacía eco de la trascendencia del personaje e informaba de su salida con destino a Europa; en el muelle, acompañado de una gran muchedumbre que lo despedía, se hallaba la banda del 7º Regimiento militar de la ciudad, que entonaba los acordes de Hail to the Chief, pieza ejecutada para rendir honores al Presidente de los Estados Unidos y que esta vez sonaba en honor de su director: el General Grafulla, que ponía rumbo a Menorca.

En efecto, se trataba de Claudio Simón Grafulla Morales. Nacido en Maó el 30 de octubre de 1812, era el cuarto de los nueve hijos de Josep Grafulla Vila y Rosa Morales Victori. Descendía de una familia de origen francés establecida en Menorca a mediados del Siglo XVIII y había cursado estudios musicales con el maestro Benet Andreu Pons (1803-1881), compositor y maestro de toda una generación de músicos de la isla, siendo uno de sus primeros discípulos.

La influencia musical inglesa y francesa en la isla fue decisiva en los inicios de su carrera musical e ingresó en la banda de música de la fragata estadounidense USS Constitution en 1835, entonces fondeada en la isla. Tres años más tarde desembarcó en Nueva York, donde se estableció definitivamente. Grafulla hizo carrera en diversas bandas de la ciudad, tanto civiles como militares —entonces sin gran diferencia entre ambas, pues había conjuntos civiles vinculados al ejército—. En 1858 su banda se vinculó al conjunto que le consagraría: el 7º Regimiento de la Guardia Nacional, de la misma ciudad, a la vez que iba abriéndose camino en el mundo de la dirección y la composición.

En 1860 la banda se encontraba prácticamente deshecha. Grafulla fue nombrado su director y prácticamente la rehízo desde cero, lo que le permitió crear el conjunto a su modo. Así abrió una nueva época en la agrupación, que dirigiría durante veinte años. Bajo su liderazgo la agrupación alcanzó gran versatilidad, calidad interpretativa y prestigio en Estados Unidos. Desde entonces Grafulla compuso obras propias y arregló piezas de otros autores, destinadas a ampliar y enriquecer el repertorio de la banda del 7º Regimiento. Añadió una sección de viento madera —hasta entonces sólo tenía metal y percusión— y aumentó la formación inicial de 38 músicos hasta una cincuentena, ampliando sus posibilidades en todos los sentidos. De este modo la agrupación fue más allá de cumplir con sus deberes castrenses y alcanzó un nivel artístico encomiable.

Al poco tiempo estallaría la Guerra de Secesión estadounidense (1861-1865), contratiempo que fue aprovechado por el músico como una oportunidad. Así, como director del 7º Regimiento, Grafulla llevó a cabo una intensa actividad, dando conciertos en el frente para levantar la moral de los combatientes, o en la retaguardia para amenizar o fomentar el espíritu patriótico. De este modo su figura se proyectó como director, estrenando obras propias y arreglos de otros autores, alcanzando también gran renombre como compositor.

La pieza que le dio prestigio nacional fue la marcha Washington Grays, compuesta en 1861 en honor del 8º Regimiento del Estado de Nueva York. Estrenada hace 160 años, sigue siendo muy popular y un estándar de la música de banda en su país, habitual en conciertos y recitales de toda índole, más allá de su origen militar. El nombre de Grays (grises) aludía al color de la casaca del regimiento y llevó a cierta confusión inicial, puesto que los bandos enfrentados en la Guerra de Secesión eran conocidos como Blues (Unión) y Greys (Confederados), y Grafulla se hallaba entre los primeros. Ello no fue óbice para que la pieza consiguiera una extraordinaria popularidad desde su estreno y se convirtiera en uno de los primeros íconos de la naciente música nacional estadounidense.

Desde entonces, la relevancia y méritos contraídos como músico fueron de tal magnitud que se ganó el apelativo popular de General Grafulla, sin haber ostentado ningún grado militar, y su banda considerada como la mejor del país. Por ello, cuando Grafulla arribó a Menorca en junio de 1870 fue tratado y recibido como una celebridad.

El compositor permaneció en Maó diez días, instalado en la calle de s’Arraval. El 17 de junio asistió a un concierto público organizado en su honor en el que se interpretaron varias piezas, entre ellas un vals del autor, obra de juventud. Según la prensa, el acto contó con gran asistencia de público. Dos días después zarpó a bordo del vapor-correo Menorca, rumbo a Alcúdia y Barcelona, para retornar a Estados Unidos. No volvería a pisar suelo menorquín.

En septiembre de 1880, aquejado de bronquitis, tuvo que abandonar la dirección del 7º Regimiento; murió meses después, el 5 de diciembre de 1880, a la edad de 68 años. No se casó ni tuvo hijos. Fue sepultado en el cementerio de Green-Wood (Brooklyn), en su ciudad de adopción, en la que logró triunfar y consagrarse. En su funeral sonó el Requiem de Luigi Cherubini.

Mientras en Estados Unidos Grafulla mantiene estatus de figura nacional, en Menorca aún no se ha dado un proceso de estudio y reivindicación en profundidad —aparte de la interesante semblanza plasmada en la Enciclopèdia de Menorca por Gabriel Seguí—, pues aunque desarrollara toda su trayectoria profesional en el nuevo continente fue en Menorca donde nació y se formó como músico. A pesar de las distancias, entonces casi insalvables, la visita de Grafulla a su tierra hace siglo y medio trasluce un carácter que, en cierto modo, no había olvidado sus orígenes.

El estudio de la vida y obra de Grafulla más en detalle quizá nos revelen algo más del menorquín que consiguió cumplir el llamado American Dream. Y sería deseable que, en un futuro no muy lejano, una placa o una calle de Maó llevaran el nombre del creador de Washington Grays.