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233. El Frontón Balear, en el aniversario de una arquitectura perdida

Diario de Mallorca, 1 de junio de 2020

Estos días se cumplen 85 años de la inauguración de uno de los ejemplos más imponentes y representativos de la vida deportiva mallorquina: el Frontón Balear, edificio que estuvo ubicado en el Passeig de Mallorca entre la calle de Eivissa i la Plaça des Fortí. Abrió sus puertas el 31 de mayo de 1935 y fue con el Velódromo de Tirador (1903), el Hipódromo de Bons Aires (1917), el Canódromo Balear (1932) y el Estadio Lluís Sitjar (1945) uno de los recintos deportivos más destacados de la capital mallorquina. Además, todos ellos surgieron en un área geográfica común: alrededor del curso del Torrent de sa Riera. Su construcción se prolongó durante año y medio y costó un total de 300.000 pesetas de la época, en parte sufragadas con la emisión de mil acciones de mil pesetas.

El edificio tenía un total de 5.000 metros cuadrados, de los cuales 2.700 eran propiamente la pista de juego. Esta medía 60 metros de largo por diez de ancho, el frontis medía casi once metros de altura y tenía una contracancha de siete metros. Tenía capacidad para 800 espectadores. El resto del espacio lo conformaban dependencias dedicadas a sala de baile, cafetería y la —siempre imprescindible— sala de apuestas. El edificio fue diseñado por el arquitecto Jaume Alenyà Ginard y el primer intendente de la instalación fue el expelotari Luis García Altuna, Chiquito de Vergara, quien ya desempeñara este cargo en el Frontón Novedades de Barcelona.

Entonces la pelota se encontraba en pleno apogeo en España, pues ese año solo en Barcelona había hasta siete frontones en funcionamiento. Detrás de la operación estaba el promotor Fermín Olalquiaga Broutin, empresario que gestionó varios frontones de la época a través de la sociedad Frontones y Espectáculos SA, que entonces explotaba el Frontón Novedades (Barcelona) y el Frontón Valenciano (Valencia), entre otros. Para la gestación del Frontón Balear se creó una sociedad filial, la Balear de Frontones y Espectáculos SA, que fue impulsada por el empresario local Just Solà Vicens y otros socios.

El Frontón Balear empezó funcionando con fuerza, de acuerdo con la pujante afición existente a la pelota; pero la Guerra Civil fue reduciendo su actividad hasta desaparecer del todo y durante los años 40 acogió otros deportes para sobrevivir. Entonces las atracciones del recinto fueron las veladas de boxeo y la disputa de un deporte entonces en ciernes: el baloncesto, llegándose a celebrar la final de la Copa del Generalísimo de 1943, tanto de hombres (se impuso el FC Barcelona al Laietà) como de féminas (ganó el RCD Espanyol al Real Madrid). El 30 de marzo de 1949 el Ayuntamiento autorizó la reanudación de los partidos de pelota que devolvieron al edificio su función primigenia, aunque se siguieron celebrando veladas de boxeo y otros actos tales como fiestas o actuaciones musicales.

La instalación tuvo varios intendentes (José Argoitia Unamunzaga, José Orbegozo Trecu Orio, Josep González Canals), pero desde 1969 vivió un nuevo impulso gracias al expelotari Francesc Aguiló Picó, conocido como Paco Aguiló, quien planificó una amplia reforma del edificio y reimpulsó su actividad trayendo a las grandes figuras de su tiempo: Jesús María Arriola Ondarrés, Juan María Bengoa Chino o Jesús Larrañaga Chucho, entre otros. Además debutaron futuras figuras como José Sanllehí y Cristóbal Ortiz, quienes triunfarían posteriormente en Estados Unidos.

El frontón siguió celebrando veladas de pelota con regularidad hasta mayo de 1977. A principios de julio cesó su actividad y a finales de ese mismo mes se anunció la pronta venta del inmueble y, por tanto, su inminente desaparición. Así fue como cerró sus puertas definitivamente el 16 de agosto de 1977. Entonces se argumentó que la caída del interés por la pelota hacía inviable su supervivencia.

Tal vez el edificio hubiese sido viable concebido para otros usos alternativos o como equipamiento municipal, máxime teniendo en cuenta su funcionalidad y calidad arquitectónica —nada desdeñable, a juzgar de fotografías y testimonios de la época—, pues fue concebido como mucho más que un simple recinto que albergase espectáculos deportivos. Pero su ubicación en una de las zonas más cotizadas de la ciudad lo convertía en una presa de caza muy deseable para constructores y especuladores y el desarrollo urbanístico de la zona parecía condenarlo tarde o temprano a la desaparición, como así fue. La operación fue un ejemplo más de las maniobras especulativas de la época: la propiedad lo vendió por unos dos millones de pesetas y poco después fue revendido por 160 millones a una promotora alemana que construyó pisos de lujo. La propiedad ganó y la ciudad, sin duda, perdió mucho más.

Al año siguiente (1978) el edificio ya era historia y no quedaba más que un solar, que después dio paso a un edificio de viviendas de lujo sin interés alguno. Como en muchos otros casos la ciudad perdió un patrimonio arquitectónico de gran valor, a cambio de un bloque de pisos sin interés alguno y fuera del alcance del bolsillo medio. Pero el juego de pelota, a diferencia de otros como la hípica o el fútbol, no encontró un espacio equiparable que continuara la tradición existente.

Hoy día algunos frontones permiten su práctica, pero lejos de la magnificencia de aquel magno edificio diseñado por Jaume Alenyà y que fue significado justamente como uno de los edificios más bellos y funcionales en España para el juego de pelota.