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162. Miguel Marqués : El Beethoven mallorquín aclamado en Europa

Diario de Mallorca, 9 de abril de 2017

Suplemento dominical La Almudaina, núm. 797

Texto: José Jaume

Está a punto de cumplirse el primer centenario de la muerte de Miguel Marqués, el primer español que compuso obras sinfónicas, además de zarzuelas ‘grandes’

Toparse en el siglo XIX con un compositor español de obra sinfónica era tarea poco menos que imposible, puesto que no los había. En España podían hallarse autores de zarzuelas. pero pasar a la música sinfónica eran palabras mayores. Europa miraba a España y a su “género chico” con indiferencia cuando no con displicencia. Pero el páramo no era absoluto, puesto que un mallorquín fue capaz de componer, en el lapso de una década, cinco sinfonías consiguiendo que alguna de ellas se interpretara en los grandes teatros de Europa. Su nombre está hoy olvidado, salvo en los círculos de los iniciados. Se llamaba Miguel Marqués, y aunque fue declarado hijo ilustre de Palma y tiene una calle que lleva su nombre, es un gran desconocido. Por ello, a punto de cumplirse el centenario de su muerte, el historiador Manuel García, que ha escudriñado su vida y obra, considera que es oportuno dar a conocer a un compositor, que, además, era un virtuoso del violín, alguien tan dotado para la música que estando en París fue aceptado como discípulo, contando apenas con 18 años, por Héctor Berlioz, una institución para la denominada música sinfónica.

Miguel Marqués nació en Palma en 1843. En Mallorca se vivía, a punto de entrar en la segunda mitad del siglo XIX, un cierto renacimiento cultural auspiciado por el auge económico y que pilotaba la naciente burguesía. Miguel Marqués era hijo de una familia acomodada. Su padre, dueño de una empresa dedicada a la elaboración y venta de chocolate, estaba en disposición de procurar a su hijo una educación esmerada y plenamente dispuesto a dársela. Por eso, cuando Miguel, siendo todavía un niño, dio muestras de la disposición que tenía hacia la música, en especial el violín, el padre no dudó en poner a su disposición los profesores adecuados. La familia estaba entusiasmada ante el talento que exhibía. No solo los padres: uno de sus tíos también contribuyó a que no le faltara el necesario respaldo económico para que, antes de cumplir los 20 años, pudiera viajar a París para estudiar con los mejores profesores. En 1861, año en el que Miguel Marqués llega a la capital de Europa, donde pasaría dos intensos años, Francia vive el llamado Segundo Imperio, el de Luis Napoléon, el hombre que quiere restaurar los fastos de Napoleón Bonaparte, con el que no está emparentado por lazos de sangre, y casado con una española, Eugenia de Montijo, suceso que casi un siglo después servirá de marco para una de las películas más celebradas de Luis Mariano, Violetas Imperiales.

Compositor de zarzuelas
A Miguel Marqués, resalta Manuel García, se le recuerda como compositor de zarzuelas, aunque su posterior etapa de compositor de música sinfónica resulte fundamental para su proyección continental. Dos de sus zarzuelas son conocidas entre los amantes del “género chico”, definición que García acota, al destacar que la zarzuela tiene tres etapas: la primera, en la que se encuadra Marqués, no es propiamente “género chico”, puesto que para serlo el libreto se reduce a un solo acto, y esas empiezan a escribirse en la última década del siglo XIX, hacia 1890, mientras que en la primera y segunda etapa consta de tres. Marqués escribe su primera zarzuela, El anillo de hierro, en 1878, y la segunda, El reloj de Lucerna, en 1884. La fundamental, estima Manuel García, es la primera, cuyo preludio al acto tercero será un clásico en los conciertos que por España ofrecen las bandas de música y en ocasiones las orquestas. El anillo de hierro tiene pretensiones de ópera, al estar configurada en tres actos, de ahí que se la denomine “zarzuela grande”, aunque sea una zarzuela ya que se habla y se canta. Para García es “muy buena”. La acción transcurre en la Noruega del siglo XVIII basándose en un triángulo amoroso entre pescadores. Fue una zarzuela muy celebrada en su tiempo, aunque la dificultad que entrañaba llevarla a los escenarios, porque al costar de tres actos el montaje se encarecía notablemente, hizo que no tuviera la difusión que alcanzaron las zarzuelas ya encuadradas de lleno en el “género chico”.

Tras su etapa parisina, que concluye hacia 1864, cuando el ser llamado para cumplir el servicio militar le obliga a dejar de estudiar con Héctor Berlioz, regresa a Mallorca y una vez cumplimentados sus deberes militares, se traslada a Madrid para estudiar a fondo composición. El Madrid que ve a Miguel Marqués es el inmediatamente anterior a la Revolución de 1868, denominada La Gloriosa, la que acaba con el reinado de Isabel II y llevará al torno de España, de la mano del general Prim, a Amadeo de Aosta. Es el Madrid que vivirá la abdicación de Amadeo, que se quedó nada más arribar a España sin su principal valedor, el general Prim, asesinado en la calle del Turco de Madrid, al parecer por una conspiración ideada por Antonio María de Orleans, el cuñado de la reina Isabel e hijo de Luis Felipe de Orleans, breve rey de Francia, y la proclamación de la no menos efímera Primera República, que en apenas 11 meses verá pasar a cuatro presidentes. En ese Madrid, Miguel Marqués, plenamente independizado, ganándose holgadamente el sustento a base de impartir clases y ofrecer conciertos, se propone ser compositor sinfónico, algo inédito en España, porque, queda reseñado, no había nadie. En las Españas era la zarzuela y, en las clases altas, la ópera. Nada más. La música sinfónica era prácticamente desconocida. Como en tantas otras cosas los vientos que llegaban de Europa parecían frenarse en seco en la barrera de los Pirineos.

Lo consigue sobradamente, puesto que en poco más de una década, en 11 años, compone 5 sinfonías siendo la primera, estrenada en 1869, un éxito insospechado. La estrena en el Teatro de la Zarzuela, contando con 26 años. Al año siguiente presenta la segunda para cerciorarse de que en Madrid no existe un público dispuesto a acoger la música sinfónica. Lo que se demanda es la zarzuela. Miguel Marqués opta por complacerlo, al necesitar reponer su economía. Llegan los años de éxito y popularidad, los de El anillo de hierro y El reloj de Lucerna. Se hace tanto o más famoso que Barbieri y Arrieta, pero no puede dejar de lado su pasión por la composición sinfónica, lo que le lleva a escribir otras tres sinfonías en los años 1876, 78 y 80. La primera se estrenará contando con un espectador de excepción.

El estreno tiene lugar en el Teatro Circo. El público se ve sorprendido por la presencia del nuevo rey de España, Alfonso XII, que acaba de hacer su entrada triunfal en Madrid. Los borbones han sido repuestos en el trono de España por los militares tras el colapso de la Primera República. Ha sido el general Martínez Campos quien, en Sagunto, ha proclamado rey al hijo de Isabel Segunda; es el monarca que vivirá el trágico matrimonio con María de las Mercedes de Orleans y Borbón, su prima hermana, hija de Antonio María y la hermana de la reina Isabel. María de las Mercedes morirá a los pocos meses de la boda creando una de las historias románticas más enraizadas en la tradición española. En la noche del estreno de la sinfonía de Miguel Marqués nada de eso todavía ha ocurrido. La asistencia de Alfonso XII supone la definitiva consagración del compositor mallorquín, quien desde entonces tendrá permanentemente abiertas las puertas de la alta sociedad madrileña. El Rey ha aplaudido su sinfonía. Nada hay que discutir.

Las décadas de los años 70 y 80 del siglo XIX son para Miguel Marqués una sucesión ininterrumpida de éxitos. Compone obras para la Sociedad de Conciertos involucrándose de lleno en los intentos de revitalizar la vida cultural española. El compositor Marqués, ya no es conocido solo en España, sino que su nombre empieza a pronunciarse en las principales plazas musicales de Europa, donde acude con frecuencia. Es una celebridad, lo que se constata al ser denominado, por parte de la crítica, como el “Beethoven español”, algo inconcebible para un país en el que la música sinfónica no tiene una implantación significativa. La cúspide para Miguel Marqués llega cuando en París es interpretada su tercera sinfonía. La crítica dirá que “En España no hay nada, pero está Miguel Marqués”.

Sorprendentemente, a partir de aquí se produce un giro imprevisto en su trayectoria profesional. En 1890 deja tanto la “zarzuela grande” como la composición sinfónica para zambullirse de lleno en el “género chico” escribiendo, en 1891, el sainete, zarzuela de un acto, denominada El monaguillo. El éxito que obtiene en Madrid es descomunal llegándose a las 1000 representaciones. El anillo de hierro no consiguió superar las 100 probablemente debido a las dificultades que entrañaba su montaje.

La vida familiar de Miguel Marqués no fue, sin embargo, muy afortunada. Se casó y tuvo que padecer la muerte de una de sus hijas. En 1895 la fortuna le hace heredero de uno de sus tíos, con lo que su posición económica, ya de por sí boyante, se hace definitivamente desahogada: es un hombre rico, por lo que opta por regresar a Palma dejando para siempre la zarzuela para poder dedicarse a lo que de verdad le atrae: la composición sinfónica. En Ciutat, en 1904, compondrá un poema sinfónico, La cova del drac y para coro un himno a Ramon Llull al cumplirse el sexto centenario de su muerte.

Miguel Marqués es en Palma una celebridad tanto o más considerada que en Madrid, aunque ya no trabaja a destajo, sino que únicamente lo hace cuando estima que vale la pena. En los últimos años de su vida escribirá varias obras que completan una extensa producción musical . Muere en Ciutat a los 75 años habiendo visto cómo su ciudad lo proclama en vida hijo ilustre y se le dedica una calle, honores excepcionales.

¿Cuál es la razón por la que quien alcanzó tanta fama haya pasado en apenas un siglo prácticamente al olvido? El historiador García apunta diversas causas: la primordial, la escasísima tradición sinfónica española, lo que de por sí dificultó extraordinariamente la difusión de las obras de Miguel Marqués; otra de las causas, derivada de la primera, hay que buscarla en el hecho de que al irse conociendo las obras de los grandes compositores europeos, la misma falta de tradición sinfónica hizo que los compositores españoles, Marqués primero y otros después, se empequeñecieran, puesto que se tendió a valorar más lo llegado del exterior que lo propio. A lo dicho hay que añadir que si en tu país se te ha olvidado resulta muy complicado que pueda llegarte el reconocimiento exterior. Algo de eso ha sucedido con Miguel Marqués, a pesar de que puntualmente alguna de sus sinfonías son conocidas e interpretadas en Europa.

Recuperación, dos intentos
A pesar de que el manto del olvido parece haber hecho presa de la memoria y la obra de Miguel Marqués, en años recientes se han registrado dos intentos de recuperar parte de sus composiciones, tanto las sinfónicas como las “zarzuelas grandes”. El primero de los intentos de recuperación llegó de la mano de quien fue director de la Sinfónica de Balears, Luis Remartínez, quien editó la partitura de El anillo de hierro y llegó a representar la zarzuela en el Teatro Principal. El segundo de los intentos de devolver notoriedad a Miguel Marqués se produjo en 2010. Fue el director de orquesta José Luis Temes quien puso en marcha el proyecto de grabar sus cinco sinfonías, que pueden hallarse en CD. Desde entonces no ha habido ninguna iniciativa tendente a que se conozca quién fue Miguel Marqués y cuál es el volumen de su obra. Puede que con motivo de cumplirse el primer centenario de su muerte se intente algo, pero de momento no hay nada concretado.

Miguel Marqués vivió una época llena de efervescencia política y social, acompañada de los inicios de la industrialización de Europa y parte de España. Tanto en París como en Madrid pudo asistir a una sucesión de acontecimientos que marcaron decisivamente el futuro del Continente. Murió el mismo año en el que concluyó la Gran Guerra europea, la Primera Guerra Mundial y cuando España se adentraba nuevamente en una de sus recurrentes crisis sociopolíticas. Desde Mallorca, en los años postreros de su existencia, pudo constatar cómo la escasa o nula predisposición de los españoles hacia la música sinfónica dejaba en el aire su importante legado.

Al cumplirse el centenario de su desaparición, el historiador Manuel García considera que es el momento de que se recupere y divulgue su obra, tanto la sinfónica como la zarzuelística, porque Miguel Marqués es uno de los escasos compositores susceptibles de tener una proyección Europea. Su legado no debe permanecer sepultado en el olvido, sino que merece que vuelva a tener la resonancia que alcanzó en la segunda mitad del siglo XIX.