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108. El espíritu de la motoreta

Diario de Mallorca, 23 de marzo de 2009

Pasaba por delante de la Audiencia Provincial cuando vi pasar un humilde Vespino. Extraño vehículo en una tierra donde has de tener coche sin necesitarlo, grande aunque no lo puedas aparcar, caro aunque no tengas con qué, y lujoso aunque no te lo merezcas. Me fijé en su conductor y pude reconocer al fiscal anticorrupción Don Juan Carrau.

Esa sencilla motoreta es el paradigma de la fiscalía anticorrupción de las islas, Carrau y Horrach, Juanes los fiscales (como el cantante colombiano), tales para cuales. Ambos absorbidos por su trabajo, con paciencia y vocación. Trabajadores del Estado de sencilla nómina -aún siendo vitalicia-, que se llevan trabajo a casa porque no dan abasto con su horario laboral. Que carecen pavorosamente de medios materiales y humanos, y a pesar de todo no desisten. Que han de superar los impedimentos y dilaciones que unos y otros ponen a su trabajo. Que podrían tener una vida ociosa y hacer la vista gorda; pero les puede el sentido del deber en un país de urracas y marmotas.

Temidos por la clase política por su atípico celo sin carné. Unos los vilipendian por no limitarse a fichar en su trabajo, otros los convierten en alazanes alados. Molestos para todos, como si cumplir con su obligación fuese un mérito (bueno, en Baleares lo es). La motoreta de Carrau me retrotrae a aquellos tiempos en que adquiríamos un vehículo siendo necesario, adecuado, y si lo podíamos pagar (honestamente). Comparado con el Audi de la Presidenta del Parlament que hemos pagado entre todos, el contraste es demoledor por los (de)méritos contraídos. Le pirra esa marca, aunque podría buscarse aficiones limitadas al ámbito personal o apasionarse por los Renault 4, que generaban simpatía allí por donde pasaban. Como los Vespinos aún dependiendo de su conductor.

Señor Carrau, que el espíritu de la motoreta le dure muchos años. Aunque no haya más remedio.