El Mundo-El Día de Baleares, 13 de febrero de 2009
España está sumida en una profunda crisis económica que agrava una creciente crisis política y social ya existente. Crisis de nuestro sistema político, surgido de la Transición como fruto de un consenso de urgencia, y que carente de revisiones periódicas ha derivado en una democracia esclerótica, rutinaria y superficial. La clase política se niega a introducir reformas constitucionales de fondo temiendo perder su estatus, lo cual ha empobrecido valores como el consenso, el diálogo, el respeto y la tolerancia.
No solamente el ejecutivo y el legislativo lo sufren. También el poder judicial, intervenido y controlado por el ejecutivo y los grandes partidos, que cada vez discuten más sus decisiones y profesionalidad. Es una judicatura falta de personal y medios, sin verdadera fortaleza ante el resto de poderes. Sea por lentitud derivada de sus carencias o por intervencionismo político, es un sistema en decadencia ante los ciudadanos.
También el cuarto poder es un agravante de esta situación, y casi ha desaparecido como tal. El antiguo periodismo crítico ha dado paso a un agresivo activismo propagandístico al servicio de un objetivo de poder, donde la información está supeditada a un estado de opinión, con frecuencia agresivo, carente de matices y debate. Esto ha diluido su credibilidad y ha dinamitado todo debate social, generando movilizaciones basadas en discursos empobrecidos y dogmáticos, sin diálogo ni tolerancia, donde sólo vale vencer.
Una muestra más de la putrefacción de nuestra democracia, que da signos de necesitar una profunda revisión. Quizás la crisis económica acelere la combustión de esta hoguera de vanidades, e impulse la renovación de un sistema democrático basado en un renacido equilibrio de poderes que devolviera a la sociedad un papel activo y respetable.
España está sumida en una profunda crisis económica que agrava una creciente crisis política y social ya existente. Crisis de nuestro sistema político, surgido de la Transición como fruto de un consenso de urgencia, y que carente de revisiones periódicas ha derivado en una democracia esclerótica, rutinaria y superficial. La clase política se niega a introducir reformas constitucionales de fondo temiendo perder su estatus, lo cual ha empobrecido valores como el consenso, el diálogo, el respeto y la tolerancia.
No solamente el ejecutivo y el legislativo lo sufren. También el poder judicial, intervenido y controlado por el ejecutivo y los grandes partidos, que cada vez discuten más sus decisiones y profesionalidad. Es una judicatura falta de personal y medios, sin verdadera fortaleza ante el resto de poderes. Sea por lentitud derivada de sus carencias o por intervencionismo político, es un sistema en decadencia ante los ciudadanos.
También el cuarto poder es un agravante de esta situación, y casi ha desaparecido como tal. El antiguo periodismo crítico ha dado paso a un agresivo activismo propagandístico al servicio de un objetivo de poder, donde la información está supeditada a un estado de opinión, con frecuencia agresivo, carente de matices y debate. Esto ha diluido su credibilidad y ha dinamitado todo debate social, generando movilizaciones basadas en discursos empobrecidos y dogmáticos, sin diálogo ni tolerancia, donde sólo vale vencer.
Una muestra más de la putrefacción de nuestra democracia, que da signos de necesitar una profunda revisión. Quizás la crisis económica acelere la combustión de esta hoguera de vanidades, e impulse la renovación de un sistema democrático basado en un renacido equilibrio de poderes que devolviera a la sociedad un papel activo y respetable.